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martes, 15 de septiembre de 2020

Calisto te explica


Los ojos compuestos

¿Has mirado alguna vez a una mosca o una abeja a los ojos? Si no lo has hecho nunca, pruébalo la próxima vez que te encuentres con un insecto. Te darás cuenta de que sus ojos son muy diferentes a los nuestros. No tienen fondo "blanco" (la esclerótica) ni iris ni pupila. En su lugar, están formados por un número muy grande de celdillas, que se denominan omatidios. Cada uno de ellos, en realidad, es un ojo por sí solo. ¡Una mosca tiene alrededor de 4000, y las mariposas, entre 10000 y 30000! Es por eso que este tipo de ojos se denominan "compuestos".



El ojo compuesto es un "invento" exclusivo de los artrópodos, y no todos lo tienen. En realidad, solo los insectos y los crustáceos (fíjate en la cara de un langostino la próxima vez que comas marisco). Cada omatidio capta una imagen del mundo que rodea al animal, y cuantos más omatidios haya, mejor será la imagen. Algo así como lo que pasa con las pantallas de más o menos megapíxeles. Este tipo de visión es muy sensible al movimiento; por eso te cuesta tanto atrapar a una mosca, porque aunque tú creas que te mueves muy despacio, para la mosca lo estás haciendo a trompicones. Además, sabemos que algunos insectos (y posiblemente muchos más de los que pensamos) son capaces de ver colores que nosotros no podemos ver. Las abejas, por ejemplo, ven el ultravioleta, y por eso para ellas las flores tienen un aspecto diferente. Para ti, los pétalos de las margaritas son totalmente blancos, pero las abejas ven una serie de marcas en ultravioleta con las que la flor les indica dónde encontrar las bolsas de néctar.

Ah, pero los ojos compuestos tienen una pega, que no todo iba a ser bueno. Al carecer de cristalino, como los nuestros, no pueden enfocar, así que ven muy bien en un rango de distancias, pero más cerca o más lejos que eso lo perciben todo borroso. Al menos hasta que inventen gafas bifocales para insectos...




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