Aunque todo esto está muy bien, y es importante que en las altas esferas se trate el problema y las formas para abordarlo, debemos recordar y ser conscientes de que la educación ambiental es algo que todos podemos hacer sin tener que formar parte de congresos, organismos internacionales u ONGs que se arogan el manto de ser las únicas protectoras del ecologismo. No: la concienciación es algo que podemos hacer desde las aulas, en un paseo por un parque, con nuestros sobrinos o peques de la casa, con nuestra propia actitud. Se ha hecho desde siempre, mucho antes de 1975, cada vez que un padre o una madre enseñaban a su hijo lo importante que eran los cultivos, o cuidar del bosque, o no ensuciar las aguas de un río. Obviamente, cuando nos movemos a gran escala, como la contaminación industrial, son necesarias actividades a nivel nacional o internacional, pero eso no debe hacer que nos lavemos las manos y lo dejemos todo en las idem de los políticos.
Además, la educación ambiental debe ir respaldada por una visión científica. No basta con autoetiquetarse "ecologista", hay que saber de ecología para tomar decisiones correctas. Las consignas, los eslóganes y los discursos floridos no son suficientes: hay que estudiar e investigar y comprender las necesidades humanas.
La educación ambiental no pasa por prohibiciones continuas, sino por mostrar a los que aún no lo han visto, lo hermoso, importante y delicado que es el equilibrio natural, y entender que cada acción que hagamos tiene sus consecuencias. No consiste en realizar vistosas "performances" que salen en las noticias durante dos días y luego quedarse cruzado de brazos hasta la siguiente vez que haya que estar bajo los focos. Al fin y al cabo, la educación ambiental, por mucho que se titule así esta entrada, no es cosa de un día.
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