Amanece el último día de nuestra estancia en la verde Erín, y lo dedicamos por entero a empaparnos de su capital ¡Qué menos! Dublín es una ciudad que no se exprime en un día, pero si se aprovecha bien el tiempo, da ocasión para descubrir rincones muy singulares.
Para no mover mucho el coche nos acercamos desde el hotel en un autobús de dos pisos, de los típicos. Ojo a los turistas: en los buses hay que llevar el precio exacto, porque no se devuelve cambio. menos mal que íbamos avisados. Después de cuarenta minutos de autobús (Dublín es bastante grande) nos bajamos en el centro, dispuestos a explorar.
Para empezar, visitamos el Trinity College, un lugar decimonónico total del que solo podemos lamentar que para visitar su biblioteca haya que reservar primero ¡Qué pena, porque habíamos visto fotos y es un sitio espectacular, que guarda el famoso Libro de Kells! También pudimos entrar en la pinacoteca de la National Gallery y encontrar la emblemática calle de Temple Bar, entre otros hitos de nuestro paseo. Y por supuesto, no nos fuimos sin encontrar a la bella Molly Malone, una estatua que es todo un icono de Irlanda y a la que los propios Dubliners han dedicado una canción.
Con todo ello despedimos Irlanda, que nos ha dejado muy buen sabor de boca ¿A dónde nos llevarán los vientos el año que viene? ¡Solo el tiempo lo sabe!
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En el autobús rumbo a Dublín |
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Saludando a San Patricio |
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Y es que aquí hasta los cómics son muy católicos |
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En la National Gallery |
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Los irlandeses tiene su propio Wally ;) |
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Visitando el Trinity College |
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¡Comemos en un restaurante español! |
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Nos encontramos con el genial Mr. Oscar Wilde |
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En Temple Bar |
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Y con la bella Molly Malone nos despedimos ¡Hasta siempre, Irlanda! |
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