Parece que pisar por la ciudad es sinónimo de ausencia de esa vida salvaje que sorprende gratamente a los ávidos de observar Naturaleza en estado puro. Pero, va atardeciendo, el cielo comienza a danzar entre telones de nubes de múltiples colores en fuego, y al dormirse, los mirlos que temprano se levantan ya se van recogiendo, el gorrión sobrevuela con ganas de acurrucarse en su lecho, el murciélago del antiguo campanario ya está más que dispuesto a hacer su ronda rutinaria y el hombre, ¡qué hace el hombre! unos, cual gatos pardos salen a maullar por las aceras dando serenata con cánticos de todo tipo y otros se embelesan en sueños dulcemente. La vida salvaje ahí está, quién lo duda, no hay más que abrir la ventana y escuchar la batidora de sonidos de una sirena de bomberos y un estornino haciendo lo mismo.
A. Redondo
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