Desde este nuevo blog podréis conocer muchas cosas relacionadas con el Medio Ambiente: cómo caminar por la montaña, rutas de senderismo, curiosidades de flora y fauna, experiencias y anécdotas vividas... y un sinfín de ideas útiles que nos brinda cada día nuestra Naturaleza.
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lunes, 1 de octubre de 2012

Una carretera sin fin...

Una de esas experiencias que puedes contar ya cuando pasa el tiempo y echas la vista atrás nos ocurrió yendo de excursión a la sierra. La mayoría de las veces que cuentas alguna de estas cosas no es igual que vivirla en tus propias carnes... pero, bueno, os la contamos igualmente.

Era un día de ventisca intensa, allá por octubre o noviembre de hace ya unos cuantos años. Como no disponíamos de tantos medios para hacernos con un buen pronóstico del tiempo para saber con certeza lo que nos íbamos a encontrar, y no nos hicimos a la idea, finalmente salimos para la sierra.

Estuvimos por los aledaños de Peñalara, con un viento que levantaba cualquier cosa que aparecía a su paso. Pudimos hacer gran parte del camino con más o menos apuros. Cuando ya nos dimos la vuelta para llegar a comer, nos resguardamos detrás de una caseta. 

Dicho así todo esto no parece nada del otro mundo, pero ahí no acaba todo. Llegamos a la estación de Cotos, nos tomamos un buen caldo calentito y hacemos un poco de tiempo charlando. Lo mejor, o quizás lo peor, se presenta cuando vas a coger el tren de vuelta para llegar a casa y te dicen en el bar que no, que ya no hay ningún tren. 

¿Qué hacer entonces? No teníamos muchas opciones... quedarnos durmiendo al raso no era una de ellas, el viento hubiera acabado con nosotros en dos soplidos y no llevábamos ni tienda de campaña ni nada que se le pareciera. Por aquel entonces no había teléfono móvil disponible, estamos hablando de cuando los primeros prototipos de telefonía móvil aún eran un estreno muy reciente y no teníamos ninguno de esos zapatófonos. Tampoco había cabinas cerca. Íbamos descartando opciones a medida que veíamos que se nos echaba la tarde-noche encima. Una de ellas que se nos ocurrió fue irnos a la carretera para deshacer el camino andando hasta la primera estación de cercanías, o de autobuses, o algo parecido que encontrásemos. A esas alturas ya estábamos más que congelados del frío que hacía... finalmente nos pusimos a andar cómo podíamos por la carretera y entonces nos dijimos: "tenemos que hacer autostop". 

Así lo hicimos. Las posibilidades de que algún chalado nos subiera en su coche eran muchas, pero con el frío que teníamos ni nos las planteamos. 

Tuvimos muchísima suerte: nos cogió un señor que además de ser muy agradable daba clases en la universidad, y nos acercó hasta la estación de cercanías y allí cogimos un tren y pudimos volver a casa. 

Cuando lo ves con el paso del tiempo te ríes de lo que fue. En ese momento no estás para pensar en nada. Ahora mientras lo escribes con un poco más de perspectiva compruebas que tuvimos mucha suerte, la cosa podía haber acabado de forma muy diferente.

Lo que nos pasó fue porque no teníamos los horarios de trenes actualizados, no había internet para contrastar la información. Si lo hubiésemos sabido no habríamos dejado escapar el último tren.

Como consejo deciros que siempre hay que planificar bien las excursiones, por muy conocido que sea el sitio a donde vamos, siempre pueden surgir imprevistos. Tanto el clima que nos vamos a encontrar como cuánto tiempo va a durar la ruta y por dónde la vamos a hacer, son cosas a tener en cuenta. Gracias a que decidimos hacer autostop ese día todo acabó bien, pero nosotros no aconsejamos que lo hagáis vosotros si tenéis otras opciones mejores. Solamente fue una solución para salir de una situación en apuros. 







viernes, 27 de julio de 2012

Un estuche en el camino

Caminando por Peñalara, en la Sierra de Madrid, hemos pasado muchísimos fines de semana. Esta anécdota es de hace un tiempo ya, pero cada vez que la recordamos, nos quedamos más asombrados de las sorpresas que se nos presentan sin saber cómo. Esta tiene su miga. Nos echamos unas buenas risas.

Echando cuentas, porque ha pasado bastante tiempo, sería allá por el 2004 o el 2005, en un día de invierno íbamos los tres de siempre a poner tierra de por medio en esos bosques. La mochila bien cargada siempre que vamos al campo nos acompaña y en esa ocasión también. Llegamos a la Laguna, comemos por el pastizal rodeados de vacas que nos miran como queriendo decir: "Almuuuuuuu, voy a por ti" pero no les hacemos caso. Va cayendo la tarde y tenemos que deshacer el camino para coger el tren de Cotos hasta Cercedilla, y casi lo perdemos. Nos habíamos entretenido porque en una de estas que decides salirte un poco de la zona habitual de la senda para sentarte a descansar, habíamos perdido un estuche.

Dicho así suena un tanto infantil, quién no ha perdido unas gafas cuando se asoma a hacer una foto al borde de un río (yo no... jeje) o quién no se ha dejado la tapa de la cámara en el valle de Iruelas y tenemos que volver para buscarla (yo no...) Pero esta vez era diferente. Ese estuche llevaba con nosotros desde que Dani estaba en 6º de EGB. Vaquero, con el lavado a piedra de la época, estaba ya andrajoso. Ese estuche había hecho la EGB, BUP, COU y había llegado a la Universidad. En esa etapa de la Uni fue cuando todos los amigos firmamos en él. Que si un dibujo por aquí, que si la gracia de turno para que te acuerdes, vamos, que estaba bien tuneado. 

Cuando lo perdimos de vista, ya no sabíamos dónde buscar. No nos daba tiempo a seguir mirando y dimos por sentado que pasaría sus últimos días y sus últimas noches al raso, hasta que una de esas vacas lo encontrara y decidiera llenarse la panza con él y con sus rotuladores multicolores. 

Llegó la primavera. Ese invierno había sido duro: lluvia, viento, nieve... vamos, un invierno cómo tiene que ser. Y con los primeros días de sol nos apetecía volver de nuevo. 

No teníamos pensado seguir el mismo camino. Al final hicimos una ruta parecida. Cuando la acabamos volvimos a bajar por la senda del "Estuche Perdido". Como esa vez no íbamos tan apurados de tiempo, nos asomamos a ver si por un casual nuestro viejo compañero de clases estaba rondando por allí. Y, ¿qué esperáis? ¿estaría o no? PUES SÍ, allí estaba. A los pies de un árbol, como resignado y diciendo "¿estos cuando vuelven?" nos esperaba aquel testigo de parte de nuestra historia. El alegrón fue inmenso. Ya no por tenerlo de nuevo, sino por ver que la Naturaleza, siempre que nadie interceda, deja las cosas como están.  Y no tuvimos que llamar al equipo de salvamento de alta montaña, él aguantó allí solito.

Después del rescate, ya lo hemos jubilado, hemos decidido que pase esta última etapa de su vida sin tantos contratiempos. Pero aún lo tenemos guardado en un rinconcito de nuestro armario. Cada vez que nos asomamos le decimos: "de ahí no te escapas, ya has recorrido mucho mundo y has visto muchas cosas".