Estos días nos hemos visto inmersos en continuos anuncios y carteles que proclamaban el "Black Friday", en todo tipo de comercios y negocios. Esta costumbre, importada de Estados Unidos (donde se celebra desde 1869, el primer viernes después de Acción de Gracias) tiene varias teorías sobre su origen. La más aceptada apunta a que muchas empresas daban este día libre a sus empleados, los cuales aprovechaban la ocasión para hacer compras, aportando grandes beneficios a los comercios.
Lo que no cabe duda es que es una auténtica invitación al consumismo desenfrenado y totalmente antiselectivo. Tanto, que ya ha dejado de ser un auténtico "Friday", y los empresarios lo amplían a casi una semana. Por todos lados se ofrecen descuentos, algunos de los cuales solo son ficticios, porque a los mismos artículos se les sube el precio unos días antes para que, al aplicar después el descuento, regresen a sus costes habituales. Incluso si dejamos a un lado estas prácticas fraudulentas, hay que tener cabeza y no dejarse arrastrar: analicemos cuáles de esos artículos con descuento realmente necesitamos. De nada sirve comprar más barato algo que no necesitamos, porque al final nos hemos gastado un dinero que no nos íbamos a gastar. Resultado: hemos salido perdiendo, tenemos un cacharro más, y los empresarios, tan contentos.
Se han dado casos de auténtico frenesí consumista, con gente que entra en los comercios de manera desenfrenada (en 2008 llegó a haber al menos una víctima mortal). Esto debería hacernos reflexionar, y acudir a los centros comerciales con la cabeza muy fría (y a ser posible con los objetivos muy claros). Pararnos a pensar si, de no tener los dichosos descuentos ¿compraríamos el artículo realmente? Porque necesitamos mucho menos de lo que compramos...
Por eso se celebra el 26 de noviembre (y desde hace veinte años) el día "anti Black Friday" o "Buy nothing day", en el que se anima a no comprar o, por lo menos, comprar en los pequeños comercios. Sin embargo, como tantos otros "días de...", tendríamos que aprovechar este gesto simbólico para extender una costumbre muy sana al resto del año. Obviamente, todos disfrutamos haciendo regalos en estas fechas, pero una cosa es tener un detalle con un ser querido o regalar un peluche a un niño, y otra es entrar en una fiebre consumista y enterrar a la gente en presentes inútiles. Por no decir que no todos los regalos tienen por qué consistir en compras: invitar a la familia a pasar un día en el campo o en el parque de atracciones puede ser mucho más divertido y enriquecedor que regalar la enésima colonia o juguetes que no hacen falta.
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