La contaminación es un problema en cualquier ocasión, pero se convierte en algo mucho más acuciante cuando se dan las condiciones atmosféricas "adecuadas". Con este anómalo otoño que estamos teniendo, presenciamos un desagradable panorama conocido como "inversión térmica", cuyos efectos más evidentes son retener todos los contaminantes atmosféricos cerca del nivel del suelo.
El gran número de vehículos que circulan a diario por la capital y los alrededores liberan a la atmósfera sustancias como monóxido de carbono, dióxido de nitrógeno y partículas finas liberadas por los motores diésel. Ya de por sí, respirar estos compuestos resulta nocivo, pero se concentran aún más cuando una situación anticiclónica prolongada impide su dispersión. El aire caliente tiende a ascender, pero se topa con capas de aire frío sobre él, por lo que los contaminantes no pueden subir a las capas altas de la atmósfera. Ese es el fenómeno llamado inversión térmica, y que solo desaparece cuando una borrasca sustituye la situación de altas presiones.
No podemos hacer nada para cambiar la meteorología, pero sí para disminuir la concentración de contaminantes. Por eso, aunque las medidas para reducir el tráfico rodado resulten impopulares, todos tenemos que concienciarnos de que son necesarias.
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