No debería ocurrir que un agradable paseo matutino se agríe por una visión como esta. No debería ocurrir que hubiese gente a la que no le importara dejar basura como parte de la decoración pública. No debería ocurrir que los árboles tuvieran plásticos en lugar de hojas.
Pensamos que el estado de limpieza en el que se encuentren las calles de una ciudad dice mucho de las gentes que viven en ella, de su educación y su cultura. Y no se trata solo de basura enganchada en las ramas, sino de toda la porquería que puede encontrarse fuera de los contenedores (ya ni siquiera se trata de reciclar, sino, al menos, depositar los desperdicios dentro de algún recipiente), cacas de perros sin recoger o basura arrojada indiferentemente en la acera. Se trata de lo que hay detrás: ¿qué es lo que piensa una persona que comete esas faltas? ¿En serio le da todo tan igual? Si se les preguntara directamente y se les obligara a dar una respuesta ¿qué es lo que dirían cuando se les pusiera ante el hecho de que son los responsables de ensuciar su propia ciudad?
Cuando vemos estas cosas, no podemos evitar acordarnos de otras ciudades que hemos visto, como Berna, Edimburgo, Oban o Inverness, donde no se veía el más mínimo papel en el suelo. ¿Qué es lo que falla? ¿Qué es lo que tienen esas personas en la cabeza y qué tenemos nosotros aquí? Lo que sí está claro son los resultados: en un sitio hay calles por las que te alegra pasear, y en otro árboles con ramaje de plástico.
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