Hace poco ha terminado en Roma la cumbre del G20, donde se han debatido importantes temas relacionados con el cambio climático. Aunque este tipo de eventos siempre viene bien para poner los problemas sobre la mesa y darles más visibilidad de la que tienen, una vez más nos ha quedado un poso agridulce, como si dijéramos "para este viaje no hacían falta alforjas".
Para empezar, a la cumbre faltaron Rusia y China, dos de los países que más contribuyen a las emisiones de gases de efecto invernadero. Está bien que los pequeños países pongan su granito de arena, y que todos andemos más y cojamos menos el coche, pero si al final los grandes contaminadores van a seguir haciendo lo mismo, todas estas pequeñas hazañas se quedan solo en un gesto enternecedor. Somos los primeros en pensar, como el dicho escocés: "Many mickles make a muckle" (o, dicho de otra manera, "muchos pocos hacen mucho"), pero insistimos: los grandes tienen que implicarse más, o será insuficiente.
Aunque el primer ministro italiano Mario Draghi ha calificado el evento como un "éxito extraordinario", lo cierto es que todo ha quedado bastante aguado. Los compromisos siguen siendo los mismos que los de cumbres anteriores, rebajando las expectativas que el mundo había puesto en esta reunión. Sigue transmitiendo la misma sensación de palabras, palabras y más palabras... pero sin hacer nada efectivo.
Hay que ser más ambiciosos, y estar dispuestos a más. O, por lo menos, cumplir con lo que se pacta, obligando a los países participantes a atenerse a los compromisos fijados. Esperemos que la COP de Glasgow nos deje un mejor sabor de boca...
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