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lunes, 30 de junio de 2014

Historias de Mitología - III -

- Lo de Día y Noche puedo entenderlo - dijo Gylfi - ¿Pero qué hay del sol y la luna? ¿Acaso son los mismos, o quizás fueron creados de una manera distinta?
- ¡Ah! - repuso Alto. - Esa es otra historia.
 
 
   Sol y Luna - Leyenda vikinga  
 
 
En los viejos tiempos, el sol y la luna, creados como las demás estrellas y planetas, a partir de las llamas de Muspellheim, balanceábanse sin control a través de los cielos. Vivía por aquel entonces en la tierra cierto hombre conocido como Mundilfari. No aparece claro si era de la raza de los gigantes o un pariente pobre de las divinidades. Su nombre significa "Giramundos", y en el comienzo bien pudo haber tenido como tarea la de hacer que el mundo diera vueltas en redondo, desde luego bajo la dirección de los dioses. Quizá dicha importante labor pueda explicar su naturaleza un tanto arrogante, la cual, en definitiva, acabó por causarle problemas. Ello sucedió de la manera siguiente.
 
Mundilfari tuvo dos hijos, tan alertas y bellos que pensabaque nada en la creación podía comparárseles, excepto el sol y la luna. Con orgullo llamó al muchacho Luna y a la chica Sol. Cuando los dioses se enteraron, ofendiéronse, pues una vanagloria de semejante calibre les era insoportable, así que arrebataron los niños a su padre y los pusieron a trabajar en los cielos.
 
Hicieron que la muchacha, por él bautizada como Sol, montase cual jinete a uno de los caballos que tiraba del carro del sol. Estos son un par de hermosos y potentes animales llamados Madrugador y Supremo-en-Fortaleza. Año tras año, hasta el final de los tiempos, siguen su senda a través de los cielos, variando su altitud y su longitud según el modelo regular de las cambiantes estaciones. Como el ardoroso calor solar quemaría a todo ser viviente que se le acercase en demasía, los dioses crearon un escudo indestructible llamado Svalin, o Hierro-frío, entre los caballos y el brillante y fiero carro del cual tiran, a fin de proteger, tanto a las bestias como a quien las vaya conduciendo, de las llamaradas en cuestión.
 
El hermano de Sol tuvo que cabalgar sobre uno de los caballos de la luna, pero sus viajes se veían mucho más complicados debido al hecho de que ésta estaba dispuesta para que guiase los crecientes y menguantes de cada mes, de forma que nunca resultara ser exactamente la misma durante dos días seguidos. La luna no podía hacer otro tanto por sí sola y, a su vez, raptó a otros dos pequeñuelos de la tierra. Un chiquito, Bil, y su hermana, Yuki, habían sido enviados a la cumbre de una montaña por su padre para sacar allí agua de un pozo. Esa fue la última vez que el anciano volvió a saber de ambos.
 
Cuando Luna pasó tras del pico en su resplandeciente carro, arrebató a los descuidados niños y llevóselos consigo. En una clara noche de plenilunio los dos son, todavía hoy, claramente visibles: la gente de la tierra los llama los niños lunares, y ellos son quienes gobiernan el cuarto creciente y el menguante, aunque cómo lo hagan exactamente constituye un enigma. Nadie sabe si corren una cortina a través del rostro lunar o si persuaden al astro para que vaya girando gradualmente su cabeza hacia un lado y nuevamente a su posición anterior.
 
Existe otro relato acerca de los cielos que reviste ya una significación algo siniestra. Es factible contemplar desde la tierra tanto al sol como a la luna corriendo por el firmamento. Esto acontece no solamente porque ambos son arrastrados por unos espléndidos y galopantes caballos; sucede que tienen los astros una acuciante razón para no perder tiempo en su viaje, ya que van siendo perseguidos por lobos.
 
Muy, muy lejos, al este de Midgard, donde casi siempre es invierno y sombrías forestas se extienden hasta perderse de vista, en un desolado barranco, donde los troncos de los árboles son todos de hierro herrumbroso, viven malvadas brujas, duendes femeninos llamadas las Bosquehierro. El mal genera el mal. La peor de tales hechiceras se convirtió en madre de docenas de gigantes, todos nacidos bajo la forma de lobos. Su bestial progenitor era él mismo de raza lobuna, o al menos un hombre lobo, y se dice que su nombre fue Fenrir. Dos de sus cachorros se convirtieron, al crecer, en tan enormes y terroríficos animales que los poderes del mal los pudieron lanzar, como lobos rabiosos, contra el sol y la siempre cambiante luna.
 
Dando saltos a través del cielo, los lobos persiguieron a los caballos y carros como si fueran conejos o liebres. Un peludo y negruzco lobo persigue al sol, en tanto que otro, tan repugnante como aquel, va dando saltos siguiendo a la luna. Ni sol ni luna tienen lugar donde ocultarse de las perversas bestias, y quedan así condenados a correr ante ellas hasta el final de los tiempos.
 
Las profecías afirman que, al cabo, los lobos saltarán sobre el sol y la luna, engulléndolos completamente. La cúpula del firmamento se colmará de sangre cuando la luz solar se extinga, y unos fortísimos ventarrones aullarán en torno a los ensombrecidos cielos. Claro que esto, desde luego, acontecerá en un futuro todavía muy distante, y puede, incluso, que no llegue ni a ocurrir.
 
 
 
 
 
 
 
 

jueves, 29 de mayo de 2014

Historias de mitología - II -

Seguimos con otra historia de mitología, de nuevo es una leyenda vikinga que nos cuenta cómo se crearon la noche y el día.


      Noche y Día - Leyenda vikinga    


Hablamos acerca de cosas que se siguen unas a otras tan naturalmente como el día sucede a la noche, pero, en realidad, ¿es ello tan lógico?. Únicamente lo pensamos así porque desde el momento de nacer, hasta la muerte, el día ha sucedido a la noche. Ahora bien, ¿qué haríamos si una noche siguiera a otra y nunca volviésemos a ver el día, o al revés?. Pronto quedaríamos agotados si no tuviéramos noche alguna durante la cual recuperar el vigor gastado a lo largo de la jornada, y, de otra parte, una noche interminable resulta tan estremecedora que ni siquiera deseamos pensar en una cosa parecida. Por consiguiente, es obvio que se ha pensado sobremanera en la ordenación de un sistema simple, donde la noche y el día se suceden entre sí.
 
Y así es como todo acabó produciéndose. Por supuesto los dioses estaban en el fondo del asunto, pero recurrieron a los gigantes para que realizaran la tarea. Narfi, uno de los primeros gigantes en la colonización de Jotunheim, tenía una hermosísima hija, la cual no se parecía demasiado a las mujeres vikingas, por su tez oscura y moreno cabello. Llamábase Noche. Siendo ya muy bella, aún se tornaba más atractiva al lucir brillantes estrellas entre su larga cabellera. Naturalmente, muchos hombres querían desposarla, y ella, mujer de gran carácter, se casó con tres maridos, uno tras otro.
 
El primer esposo de Noche era un guapo mozo por nombre Naglfari, o sea, Oscuro, quien puede haber sido primo lejano de ella. El matrimonio no duró gran cosa, pero sí lo bastante como para que ambos tuvieran un hijo llamado Espacio. Cuando os encontráis al aire libre, solitarios, cierta cerrada noche sin nubes y con las estrellas titilando allá en el infinito podréis ser muy conscientes de la presencia de Espacio.
 
 
Existió cierto misterio acerca del segundo marido de Noche. Nadie lo conoció jamás por un nombre distinto al de Otro. Da la sospechosa sensación de que lo de Otro fuera, simplemente, un puro apodo, un nombre utilizado para disfrazar la auténtica identidad de tal persona. La gente solía preguntarse quién podría ser o de dónde provenía. Resulta, al parecer, indudable que no se trataba de ningún gigante y que, si ese fuera el caso, tuvo que haber sido un dios, pues por aquel entonces aún no habían sido creados otros seres. Hoy ya es probablemente demasiado tarde para averiguar si Otro fue o no alguien de suprema importancia, que se sentía incómodo al tener que reconocer una relación matrimonial con los gigantes. En definitiva, y fuera él quién fuese, lo cierto es que Noche y su segundo marido tuvieron una adorable hija, a la cual llamaron Tierra. Y aquí es donde aparece la sorpresa: de entre todos los dioses, el propio Odín también tuvo una hija conocida como Tierra, de modo que la gente puede sacar ahí sus propias conclusiones.
 
El tercer y último marido de Noche fue Delling, cuyo nombre significa Alba. Era decididamente un pariente pobre de los dioses y, conforme su nombre indica, de rubio cabello y brillante apariencia. Su hijo, Día, salió a la rama paterna, y también era hermoso y blondo.
 
Evidentemente, los dioses lo sabían todo en cuanto a Noche y a sus retoños, de manera que se sintieron sumamente felices de incorporarlos a su plan maestro para el universo. Los dioses decidieron que cada veinticuatro horas habría, divididas por mitad, doce de luz y otras tantas de semioscuridad. Dieron a Noche y su hijo Día un carro a cada cual, amén de un par de caballos, y los enviaron allá arriba, a los cielos, para ir circulando en derredor de la tierra, uno tras el otro, una vez cada veinticuatro horas. Noche marchaba delante, con un caballo en cabeza conocido por Crines-de-Escarcha, quien cada mañana humedece el espacio que tiene bajo él con rocío, mientras tasca el freno. La espuma y el brillo de su saliva pueden apreciarse cuando se concentran en gotas, como abalorios, sobre hojas y pétalos justo antes de la aurora. Tras la Noche galopa Día, cuyo caballo inicial se denomina Crines Resplandecientes.
 
El resplandor de ambos brillantes corceles y de su pelo largo y dorado ilumina toda la tierra y el cielo con su luz.
 
 
CONTINUARÁ...
 
 
 
 
 
 
 
 

jueves, 22 de mayo de 2014

Historias de mitología - I -

La cultura y las tradiciones de los pueblos ancestrales sobre el conocimiento de la Naturaleza y el origen del Universo son muy ricas y ofrecen unas historias y leyendas bien bonitas que merecen la pena ser contadas. Aunque no sean de rigor científico, nos brindan una imagen llena de poesía y misticismo.
 
Comenzamos por un mito que nos llega desde tierras del norte. 



    La creación del mundo - leyenda vikinga     


Los gigantes del hielo constituían una raza oscura y violenta, contrahecha, monstruosa y amiga del estrépito. El hijo del viejo Ymir, nacido de la unión de uno de sus pies con el otro, era un ser semejante a un glaciar, con seis cabezas, llamado Thruthgelmir, o el Poderoso Vociferante, y su hijo era conocido como Bergelmir, o sea, el Vociferante Roquizo. Cuando ambos y sus ancianos padre y abuelo, Ymir-Aurgelmir o Hierve-Barro, se reunían en consejo, el ruido resultaba desagradable, y Odín, Vili y Ve, retoños de Bor, se irritaban más allá de todo límite.
 
Odín y sus dos hermanos entraron en disputas con el viejo gigante Ymir y, tras un gran combate, le dieron muerte. Al caer, hecho trizas, salió tantísima sangre de su cuerpo que toda su familia gigantesca se ahogó, con excepción del miembro más joven, Bergelmir, y de su esposa. Bergelmir pudo nadar entre las sanguinolentas oleadas arrastrando a su mujer del pelo, hasta ser capaz de izarse penosamente sobre un molino enorme, y allí quedaron ambos, jadeando anhelosamente, intentando respirar mejor. Así pudo continuar la raza de los gigantes del hielo y de los ogros de las colinas.
 
Odín, Vili y Ve arrastraron los restos de Ymir, que todavía lanzaban torrentes de sangre, hasta depositarlos en mitad de Ginnungagap. Había tantas heridas en el cuerpo de Ymir que su sangre, saliendo a borbotones, acabó formando el mar. Todos los océanos, lagos, ríos, cascadas, charcos y arroyos tuvieron su origen en la sangre de Ymir.
 
Los hijos de Bor pusieron manos a la obra sobre el cuerpo de Ymir, lo golpearon, moldearon, hicieron trizas y acuchillaron, manejando el tremendo cadáver, tirando de su carne y empujándola de acá para allá, cual si fuese arcilla, hasta sentirse satisfechos. Cuando hubieron dado término a la hórrida tarea, habían generado el fundamento de la tierra, es decir, suaves colinas, llanuras, secos lechos de río, vacías cuencas de lagos y el fondo marino carente de agua. En todos esos huecos fueron luego vertiendo la sangre de Ymir, de manera que la tierra quedaba totalmente rodeada por el mar, al cual afluían los ríos. Hicieron con el hacha pedazos y astillas de los huesos, formándose así los riscos y montañas. A continuación, de sus dedos, dentadura y trozos sobrantes de los huesos fragmentados ya, formaron las rocas, individualizadas, separadas, y los cantos rodados de la orilla del mar. Se sirvieron del pelo de Ymir para fabricar árboles y arbustos. Del suelo y tierra, hechos con su carne, brotó espontáneamente una raza de enanos, como ocurre con los gusanos que proceden de la corrupción. Así pues, los hijos de Bor habían creado ya la tierra, las playas y el mar, pero aún no existía el firmamento. En consecuencia, Odín, Vili y Ve levantaron penosamente entre los tres el poderoso cráneo de Ymir, para formar una especie de cúpula en la tierra. Ahora tenían que hallar un medio para sujetarlo en semejante posición. Afortunadamente (pues sin cielo la tierra habría resultado un sitio misérrimo y oscuro, nada interesante para vivir en él) pronto se halló la solución: pudieron servirse de los enanos. Odín, Vili y Ve ordenaron perentoriamente a cuatro de ellos permanecer de pie en las cuatro esquinas del mundo, sujetando el firmamento. Estos enanos recibieron los nombres de Norte, Sur, Este y Oeste. Un poco más tarde Odín crearía los vientos, apostando un gigante - uno de los hijos de Bergelmir - con forma de águila en los extremos terráqueos, y encargándole que agitase por siempre jamás sus alas. Y en esa corriente de aire formada, los hijos de Bor desparramaron los sesos de Ymir para formar las nubes.
 
La cúpula celeste quedaba ahora firmemente asentada, pero seguía resultando oscura, amenazante. Libres de su tarea de soportar el firmamento, los hijos de Bor atraparon las relucientes cenizas y chispas, que salen arrojadas hacia el cielo en Muspellheim, y las depositaron en mitad del tremendo vacío para iluminar el cielo y la tierra. Dieron asimismo su posición a todas las estrellas; algunas debían quedar fijas en el cielo, en tanto que otras circularían atrás y adelante según un modelo regularizado.
 
Así quedaron demarcadas las estaciones del año, pero como aún no existían ni el sol ni la luna, el día estaba separado de la noche.
 
Odín, Vili y Ve otorgaron a continuación una gran concesión de tierra rodeando en círculo la parte exterior de las orillas marítimas, para que fuese colonizada por los gigantes, y la denominaron Jotunheim o Tierra de los Gigantes. Finalmente, los jóvenes dioses tomaron las cejas de Ymir, a fin de establecer un baluarte redondo, de murallas como acantilados, en derredor de la tierra. Y llamaron a esta fortaleza Midgard, es decir, Recinto Medio.
 
 
 
 
CONTINUARÁ...