Ya ha pasado otro año ¡Quién lo iba a decir! Nos tocaba, por supuesto, asistir a nuestra cita con la Geología. En años anteriores, habíamos acudido al Geolodía en el Parque Nacional de Cabañeros, pero esta vez nos apetecía cambiar de aires, así que, aceptando la invitación de nuestro amigo Mariano, que además participaba en la organización del evento, escogimos Guadalajara como nuestro destino.
Tocó madrugar un poco, pero no nos importaba. A las nueve menos cuarto estábamos como un clavo frente al Palacio del Infantado, dispuestos a pasar un gran día. Después de coordinar un poco a los asistentes, nos pusimos en camino. Con tres puntos que visitar, y como había nada menos que tres autobuses de los grandes llenos de gente, nos repartimos para ver cada uno de ellos de manera alternativa, y evitar aglomeraciones ¡Aún así éramos una buena multitud!
Nosotros comenzamos el Geolodía con las icnitas de Arroturos, vestigios de un tiempo en el que el centro de la Península era las orillas del gran Mar de Tetis. Como para llegar hasta el sitio hacía falta recurrir a un pequeño autobús lanzadera, en una pradera se habían organizado algunos talleres en los que a los que les tocaba esperar podían estar entretenidos mientras les tocaba el turno.
Se llama icnita a cualquier rastro o huella (no necesariamente de pisada) que haya quedado fosilizada. Las de Arroturos corresponden a un grupo de reptiles, llamados rauisuquios, antecesores de los dinosaurios. Y es que estábamos pisando un territorio que se había formado a principios del Mesozoico, cuando la Tierra empezaba a recuperarse de la extinción en masa más grande que se haya conocido jamás, a finales del Pérmico.
Después de las icnitas, nos dirigimos a nuestra siguiente parada, en Riba de Santiuste. Allí, a la sombra de un castillo que data de tiempos de Alfonso VI, en el siglo XII, encontramos vestigios de olas fosilizadas (las cuales reciben el nombre de ripples), y pudimos ver el límite mismo de hasta dónde llegó el mar en el Triásico inferior de Sigüenza, allí donde las areniscas daban paso a las rocas carbonatadas (porque allí llegó a haber nada menos que un arrecife). También encontramos huellas de pequeños animales (seguramente anélidos o algún otro tipo de gusano) que quedaron inmortalizadas en piedra.
Comimos en una agradable plaza de Riba de Santiuste, y luego fuimos a la última parada que nos quedaba: las salinas de Imón. El emplazamiento de estas salinas (explotadas ya desde tiempos de Roma) no es casual: ya hemos dicho que hasta aquí llegaron las aguas del Mar de Tetis. Cuando estas se retiraron al bajar el nivel de los océanos, dejaron atrás grandes extensiones de charcones de agua salada, que, al evaporarse, crearon depósitos de halita y yeso en las capas de arcilla.
A pesar de que en algunos momentos el viento hizo algo desapacible el estar a campo abierto, fue un día grande y positivo. En estas salidas siempre se aprende algo, ya seas un aficionado a la Geología o alguien que solo quiere pasar un día de fin de semana agradable. Os recomendamos que, para el próximo año, estéis pendientes de la convocatoria del Geolodía y os apuntéis a cualquiera de los puntos de la Península en los que se realizan actividades. Como muestra de la jornada, os dejamos con unas cuantas fotos ¡Animaos!
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