Comenzamos nuestra andadura del fin de semana reuniéndonos todos en un hostal de Galve de Sorbe, en Guadalajara. No tantos como en otras ocasiones, seguramente porque las previsiones de mal tiempo desanimaron a más de uno. Lo cierto es que, aunque algo de frío pasamos, el tiempo nos acompañó bastante bien y solo nos llovió en los momentos en que, de todas formas, tocaba estar bajo cubierto.
En esta ocasión, a la temática geológica característica, se añadió la micológica. La primera parada fue en un pinar autóctono cercano, donde a pesar de ser un sitio muy visitado por los aficionados, pudimos encontrar una variedad enorme de géneros y especies. Ejemplares de níscalo (Lactarius deliciosus), Tricholoma ecuestre, Boletus edulis, Amanita vaginata y A. rubescens, Lepista nuda, Boletus erythropus o el singular Hydnum repandum se daban la mano con las incomestibles pero siempre vistosas Amanita Muscaria. En todas ellas nuestro experto nos remarcaba las características que nos permitían distinguir la especie entre otras similares. Algunos se volvieron con las cestas bien surtidas; nosotros, por nuestra parte, nos limitamos a unas pocas que secaremos y enseñaremos a nuestros chavales con fines educativos.
Pasamos bastante tiempo en el pinar, pero antes de comer todavía teníamos un par de paradas programadas por terrenos del cretácico superior, aprendiendo las peculiaridades de las distintas facies y los organismos que quedan vestigio de estos periodos: Exogyra, bivalvos y erizos de mar, principalmente.
Comimos un poco tarde, pero la comida caliente que revivió nuestros fríos cuerpos hizo que perdonáramos la tardanza. Como es costumbre en nuestras geoexcursiones, salimos del restaurante con las panzas bien llenas y dispuestos a rematar la jornada.
En esta ocasión, Pablo nos tenía preparada una sorpresa: con el nombre de Agustín González, antiguo párroco de Atienza, hombre singularísimo, lleno de conocimientos y sencilla sabiduría del mundo, que amablemente nos hizo de guía a través de dos de los tres museos que adornan el pueblo de Atienza. Museos creados y sacados adelante por el esfuerzo altruista y la ilusión de Agustín. Auténticos tesoros de arte sacro se entremezclaban con reliquias paleontológicas, malacológicas y arqueológicas, y para todo tenía Agustín una explicación, una anécdota o una historia. Fue un verdadero placer pasar la tarde – afuera lluviosa y desapacible – en semejante compañía.
Siguiendo la tradición, terminamos el día con una cena espléndida, tras la cual nos retiramos para reponer fuerzas para el día siguiente. Toca descansar; os esperamos en la siguiente entrada con el resto de nuestra geoexcursión por tierras manchegas. De momento os dejamos con una muestra de las fotos de ambos días, un pequeño popurrí de todo lo que ha dado de sí el fin de semana.
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