Como todos los años, las vacaciones tocan a su fin. Muchos son los que tuercen el gesto ante la noticia, pero regresar al colegio o al instituto no tiene por qué ser un mal trago. De hecho, si nos paráramos a pensar, encontraríamos fácilmente muchos motivos de alegría en la reanudación de nuestras rutinas, como el volver a encontrarnos (y convivir parte del día) con nuestros compañeros. Y son más niños y chavales de los que uno se imagina los que también añadirían a esa lista el volver a coger los libros.
¿Y por qué no? En manos de un buen profesor, estudiar y aprender se convierten en toda una aventura, en la que se recuerda de cada clase no es "el montón de deberes que manda" o "lo larga que se hace", sino la cantidad de cosas nuevas y curiosas que uno descubre. Y lo decimos por experiencia: más de una vez (y más de dos) hemos sorprendido en sus caras esa expresión de asombro al tener por primera vez en sus manos un fósil o darse cuenta de cómo encaja su experiencia cotidiana con las fórmulas que aparecen en los libros.
Y esto no va solo por los alumnos, porque además de ellos, los profes también tenemos que "volver al cole". Si hacemos nuestras explicaciones plúmbeas y hablamos con poco amor por ellas, nuestras propias clases se nos harán gravosas e interminables. Pero si las convertimos en un lugar de guía, descubrimiento y maravilla, nosotros mismos disfrutaremos y seremos los primeros con ganas de regresar a las aulas.
Por último, recordemos que un aula no tiene por qué necesariamente ser un recinto con cuatro paredes, suelo y techo. La Naturaleza es el mejor lugar para estudiar, y no solo las asignaturas de Ciencias Naturales. ¿Por qué no explicar Filosofía, Lengua o Sociales sentados en la hierba y rodeados de árboles (siempre que no haga mal tiempo, claro)?
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