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miércoles, 26 de junio de 2013

Aquel día por La Peña de Francia

Hace ya tiempo que no vamos a La Alberca, un pueblecito con mucho encanto de la provincia de Salamanca. Quizás sea porque aún tenemos muy presentes los recuerdos de aquel fin de semana que pasamos triscando por allí. Y es que es difícil de olvidar la caminata que nos dimos para llegar andando hasta La Peña de Francia. Ya han pasado unos cuantos años de aquel puente de primeros de mayo en que nos plantamos en este enclave de Las Hurdes que en verdad urdió para nosotros un día memorable. Cuando le preguntamos a la recepcionista del hotel donde estábamos alojados cómo llegar desde la plaza del pueblo hasta la cumbre, nos dijo que lo mejor era coger el coche, pero nosotros ni cortos ni perezosos decidimos que no nos apetecía sacarlo del aparcamiento y que lo íbamos a hacer andando. La mujer nos miró con gran extrañeza, quizás pensando que estábamos locos...

Al principio no se nos hizo difícil el camino, cada dos por tres nos deteníamos en algún arroyo para ver ranas o caballitos del diablo y sacar alguna foto. Cuando llevábamos ya unas tres horas más o menos de travesía y, tras dejar atrás un bosque frondoso, nos encontramos en plena solana, con unos riscos tapizados por piornos y erizón y con un calor insoportable que nos hacía flaquear de vez en cuando y pensar que no podríamos llegar finalmente. A lo lejos vimos asomar unas cuantas cabras montesas y cogimos un poco de ánimo. También algunos buitres nos hicieron levantar la mirada y pensar que "ojalá pudiéramos llegar a nuestro destino como ellos, volando". 

" La Peña de Francia es un lugar de gran belleza que nos permite contemplar el Pico Hastiala, el Pico Mingorro, los Cabriles la sucesión montañosa de Las Hurdes o las Sierras de Béjar y Gredos. Destacables en cuanto a fauna son el águila real, el halcón peregrino, la cigüena negra, la rana patilarga, el meloncillo o el gato montés, entre otros. "


Después, intentando buscar algún atajo yendo campo a través, nos perdimos y tuvimos que deshacer parte del camino. Tras evaluar qué sería lo mejor, si continuar o buscar cómo volver, nos decidimos a seguir. En caso de que alguna vez os encontréis en una situación similar, hay que andar siempre en el mismo nivel de visibilidad del paisaje y sin perder altura, teniendo algún punto de referencia. Como estábamos en un lugar despejado podíamos ver lo que había alrededor y apreciar las distancias. Al final retomamos la senda, y con un buen palizón encima, coronamos la Peña de Francia, que bien llamada, se nos hizo tan lejana como llegar más allá de los Pirineos. Estuvimos como unas doce horas andando...  la subida fue mortal, pero la bajada, después de un buen bocata para recuperar fuerzas, la hicimos cantando. 










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