Como ya os adelantábamos dos días atrás, hemos tenido un fin de semana intenso de viajes y emociones. Hacía un tiempo habíamos contratado un viaje organizado por Cantabria, y como todo al final llega, el sábado pasado cogimos el coche y enfilamos al norte, dispuestos a vivir nuevas experiencias y ver lugares increíbles.
Nuestra primera parada fue Orbaneja del Castillo, en el límite norte de Burgos. Se trata de un pueblo muy pequeño que pasaría desapercibido si no fuera por una impresionante cascada que, incluso ahora, tras el verano, está pletórica de agua. A la majestuosidad del chorro se le suma el verdor que la rodea y las formaciones tobáceas que el agua, cargada de carbonato cálcico, deposita poco a poco sobre la vegetación. Además, las pozas que se forman al otro lado de la carretera son de un precioso color turquesa, algo característico de las aguas de tierras calizas.
Estando en la zona no podíamos dejar de hacer una ruta paralela al río, ni visitar algunas iglesias rupestres, excavadas en la arenisca. Si alguna vez vais por allí no esperéis encontrar edificios llenos de detalles góticos o barrocos: su apariencia es más bien tosca y modesta, pero el hecho de haber sido labradas en la misma roca les otorga su encanto.
En esas cosas se nos fue el sábado, pero el domingo nos esperaba el plato fuerte: una visita a las Cuevas de El Soplao, en Cantabria, que teníamos muchísimas ganas de ver. Primero, vamos con los detalles "mejorables": el lugar está pensado para el turista, quizás demasiado, y los grupos que se hacen para entrar en la cueva son un poco demasiado grandes (cuarenta y siete personas). Comprendemos que se debe a la gran afluencia de público, pero se disfrutaría mejor en grupos más reducidos. El recorrido que se hace es corto y te deja con ganas de más (¡mucho más!); aunque hay alternativas de visita más largas, como íbamos en viaje organizado no pudo ser. Otro pequeño detalle es que no dejan sacar fotos en el interior, así que no podemos ofreceros reportaje fotográfico: tendréis que ir en persona.
Dicho esto, el interior de El Soplao es ESPECTACULAR. Posee todo el encanto de las cuevas calizas, lugares siempre mágicos en los que la Naturaleza ha realizado auténticas esculturas milenarias con bosques de estalactitas y estalagmitas, columnas y travertinos. Pero es que además en El Soplao hay una profusión tal de estalactitas que se diría un bosque de piedra puesto al revés, un arrecife de coral invertido donde, por si fuera poco, podemos encontrar el fenómeno de las helictitas o estalactitas excéntricas: formaciones que crecen en horizontal o hacia arriba, desafiando la gravedad y la capacidad de los geólogos de dar una explicación definitiva a cómo puede suceder tal maravilla. Durante toda la duración de la ruta estuvimos con la boca abierta.
El resto del día lo pasamos en San Vicente de la Barquera, un pueblo a orillas del Cantábrico por el que da gusto perderse, disfrutando de las vistas del mar, su iglesia y su castillo y su magnífica comida. Para cuando volvimos a dormir ya era de noche y estábamos agotados pero muy, muy contentos por todo lo que habíamos visto y vivido. Os dejamos con las fotos del fin de semana; como siempre, para verlas en grande solo tenéis que pulsar sobre ellas.
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