Es el octavo día de
nuestro viaje, y amanecemos en la ciudad que dio nombre a Marruecos.
Aprovechando que tenemos tiempo hasta que el grupo se ponga en
marcha, salimos con Ana, Pepe y Ricardo a ver la famosa plaza de
Jemaa el-Fna, sin duda el corazón turístico de Marrakech. A esta
horas de la mañana no despliega el bullicio, sonidos, olores y
colores que la caracterizan, pero no deja de tener el encanto de un
enorme ser que empieza a despertarse. Tiendas que se abren aquí y
allá, mercaderes que colocan sus piezas en exhibición, algunos
paseantes madrugadores... Vemos también el contraste, una vez más,
de amplias plazas y antiguas callejuelas laberínticas, repletas de
tiendecitas y vendedores pregonando sus productos y los típicos
hammam o baños árabes, para hombres por un lado y para mujeres por
otro. Como broche final para nuestra experiencia en Marrakech, nos
topamos con uno de sus personajes singulares, un encantador de
serpientes, con quien no podemos resistirnos a entablar conversación
y, al ser invitados, acercarnos un poco más a sus “animalitos”.
Nuestro primer destino de la mañana es una cooperativa de mujeres donde trabajan de manera artesanal el famoso aceite de Argán, para fabricar un montón de productos alimenticios y de cosmética. Asistimos a una demostración explicada y en directo del proceso, una vez más nos invitan a té, y hacemos algunas comprillas antes de continuar el camino.
Aprovechamos el tiempo de viaje en carretera para repasar la lista de lo que hemos visto; ya detallamos la fauna, y en cuanto a flora, hemos apuntado los cedros del Atlas, abedules, chopos, almendros, tarays, palmeras, chumberas, retamas, acacias, jaramagos, adelfas, hierbabuena, jaguarzos, olivos, amapolas, viboreras, pinos, enebros, aulagas, ortigas, ombligo de Venus, pino carrasco, cañaeja, acacias de tres espinas, ágaves, araucarias, sabinas y alcornoques, amén de algunos eucaliptos fuera de lugar.
Hoy nos dejan sueltos en Essaouira para comer y disfrutar de un poco de tiempo libre. Nosotros aprovechamos para variar la dieta y comer un par de pizzas (rodeados de gatos) cerca del paseo marítimo. Luego damos un paseo por la ciudad y por la playa, sacamos fotos a las gaviotas y esquivamos a los continuos vendedores callejeros, que no se limitan a esperar a que te acerques... Desde luego, si algo se puede decir del pequeño comercio marroquí es que es de todo menos pasivo.
Llega la hora y nos reunimos con los demás para ponernos en camino a nuestra próxima parada: un talud en el camino que habría pasado desapercibido a cualquiera, pero que a los ojos de nuestros expertos organizadores se revela como lo que es: un lugar plagado de erizos fósiles del mioceno ¡Lo que son las cosas!
Hay mucha niebla en la carretera, y el camino hasta Oualidia se hace un poco pesado por la necesidad de conducir más despacio de lo habitual. Finalmente llegamos a las puertas del hotel Beach View, aunque de “view” tiene bien poco, porque la bruma rodea todo el paisaje de un blanco denso. ¡Cualquiera diría que frente a nosotros tenemos el enorme Océano Atlántico!
Dejamos las maletas y nos damos una ducha, pero esta noche no cenamos en el hotel, porque es el cumple de Pablo, y todos vamos a celebrarlo con una mariscada en el restaurante “L'Aragnee Gourmand”. Desfilan frente a nosotros berberechos, mejillones, centollos, erizos de mar, lenguado, dorada, boquerones, ensalada y crepes como postre. No es, desde luego, la cena a la que estamos acostumbrados, ni por la hora, ni por la cantidad, ni porque no somos muy aficionados al marisco, pero lo principal es poder disfrutarlo todos juntos, reírnos un rato y relajarnos después de tanta carretera. Y es que estamos tan cansados que, a pesar de que a la vuelta en el hotel suena a todo trapo música de discoteca, no tardamos ni medio minuto en caer rendidos sobre la cama ¡Hasta mañana!
Nuestro primer destino de la mañana es una cooperativa de mujeres donde trabajan de manera artesanal el famoso aceite de Argán, para fabricar un montón de productos alimenticios y de cosmética. Asistimos a una demostración explicada y en directo del proceso, una vez más nos invitan a té, y hacemos algunas comprillas antes de continuar el camino.
Aprovechamos el tiempo de viaje en carretera para repasar la lista de lo que hemos visto; ya detallamos la fauna, y en cuanto a flora, hemos apuntado los cedros del Atlas, abedules, chopos, almendros, tarays, palmeras, chumberas, retamas, acacias, jaramagos, adelfas, hierbabuena, jaguarzos, olivos, amapolas, viboreras, pinos, enebros, aulagas, ortigas, ombligo de Venus, pino carrasco, cañaeja, acacias de tres espinas, ágaves, araucarias, sabinas y alcornoques, amén de algunos eucaliptos fuera de lugar.
Hoy nos dejan sueltos en Essaouira para comer y disfrutar de un poco de tiempo libre. Nosotros aprovechamos para variar la dieta y comer un par de pizzas (rodeados de gatos) cerca del paseo marítimo. Luego damos un paseo por la ciudad y por la playa, sacamos fotos a las gaviotas y esquivamos a los continuos vendedores callejeros, que no se limitan a esperar a que te acerques... Desde luego, si algo se puede decir del pequeño comercio marroquí es que es de todo menos pasivo.
Llega la hora y nos reunimos con los demás para ponernos en camino a nuestra próxima parada: un talud en el camino que habría pasado desapercibido a cualquiera, pero que a los ojos de nuestros expertos organizadores se revela como lo que es: un lugar plagado de erizos fósiles del mioceno ¡Lo que son las cosas!
Hay mucha niebla en la carretera, y el camino hasta Oualidia se hace un poco pesado por la necesidad de conducir más despacio de lo habitual. Finalmente llegamos a las puertas del hotel Beach View, aunque de “view” tiene bien poco, porque la bruma rodea todo el paisaje de un blanco denso. ¡Cualquiera diría que frente a nosotros tenemos el enorme Océano Atlántico!
Dejamos las maletas y nos damos una ducha, pero esta noche no cenamos en el hotel, porque es el cumple de Pablo, y todos vamos a celebrarlo con una mariscada en el restaurante “L'Aragnee Gourmand”. Desfilan frente a nosotros berberechos, mejillones, centollos, erizos de mar, lenguado, dorada, boquerones, ensalada y crepes como postre. No es, desde luego, la cena a la que estamos acostumbrados, ni por la hora, ni por la cantidad, ni porque no somos muy aficionados al marisco, pero lo principal es poder disfrutarlo todos juntos, reírnos un rato y relajarnos después de tanta carretera. Y es que estamos tan cansados que, a pesar de que a la vuelta en el hotel suena a todo trapo música de discoteca, no tardamos ni medio minuto en caer rendidos sobre la cama ¡Hasta mañana!
Llegan un par de vídeos y unas cuantas fotos, esta vez sin comentarios.
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