Tanto en el aula como en pleno campo somos unos Educadores convencidos de la necesidad de inculcar en los chavales el cariño y el respeto por nuestro entorno. Pensamos que, aunque se trata de una tarea difícil, si la desempeñamos con entusiasmo y ganas de dar lo mejor de nosotros, esas cabecitas que escuchan asombradas desde su pupitre en muchos casos consiguen llenarse de ideas y sensaciones que les lleven a ese amor por lo natural.
Hoy en día estamos inmersos en una era meramente tecnológica, donde predomina el uso de lo digital en detrimento de todo aquello que antes era observar y trastear con las cosas. Antes íbamos más al campo y nos pinchábamos con una zarza y no pasaba nada, cogíamos moras, jugábamos a la zapatilla por detrás... y tantos otros ejemplos surtidos de añoranzas que hicieron de nosotros unos niños inquietamente soñadores. Ahora los/as niños/as viven rodeados de muchos estímulos, más que los que tuvimos nosotros, pero no los saben encauzar del todo. Y en ese cúmulo de estímulos la Naturaleza no forma en muchos casos parte de la prioridad de estas futuras generaciones. Está en un segundo plano para muchos de ellos, pero no porque no les guste, sino porque no la conocen bien.
Como Educadores hemos llevado a muchos grupos de escolares al campo y hemos notado la diferencia entre aquellos que procedían de un entorno rural o no. Los niños de los pueblos aún conservan ciertos conocimientos de flora y fauna, pese a que algunas veces los ven como un impedimento a su cotidianeidad, en lugar de como un aliciente más en nuestras vidas. Así, ciertas aves rapaces tristemente son apreciadas como "alimañas" porque de sus abuelos o de gente cercana las han visto siempre de esta forma. Cambiar esa interpretación y hacerles ver que cada animal, cada planta, cada ser vivo cumple su papel en la Naturaleza es indispensable. Con los chavales de ciudad nuestra labor parte de que nazca el interés por salir más al campo y que allí sean capaces de disfrutar todas sus maravillas. No siempre logramos que esto ocurra, pero si solamente por un rato han podido conectar con la Naturaleza y eso les ha hecho sentirse más plenos, nos damos por satisfechos. Para que vuelvan otra vez y otra vez y así hasta que ya por sí mismos decidan ir, hay que darles menos conocimientos y llevarles al terreno de los sentimientos. A tocarles la fibra sensible, como se dice. Los conocimientos son útiles, pero pueden alcanzarse por muchas vías. Los sentimientos tienen que nacer, crecer y consolidarse y hay que alimentarlos todos los días. Es como si fueran una planta que requiere agua y cariño constantemente. La educación entonces se hace una herramienta que adquiere un valor incalculable en esa transmisión de vivencias.
Y en esta labor educacional somos unos entusiastas empedernidos, concienciados plenamente con esta bonita profesión que llena nuestros días, que hace que el mundo tenga un poco más sentido...
Explicando en el aula |
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